Todavía recuerdo el día en que la encontré, estaba muy desmejorada, deshidratada y sucia, me dio pena, así que la acogí en mi casa. Al día siguiente ya estaba mucho mejor, y después de limpiarse y de recuperarse mostraba una estilizada figura junto a un bello rostro.
Yo la cuidé, y prácticamente de inmediato nació el amor entre nosotros.
Ella era lista, cariñosa y traviesa (en el sentido más noble e infantil de la palabra), me dio más cariño y amor del que nadie me haya dado en todo el tiempo que llevo de vida.
Pero un día, como otro cualquiera, todo se vio truncado. Ha ella le empezó a costar mantenerse en pie, después le empezó a costar respirar. Esa misma noche en mi sofá ella sabía que llegaba su hora, y lo que era peor, yo también lo sabía.
La empecé a acariciar, hasta que desfalleció a mi lado, y entonces rompí a llorar y vi como todo retazo que pudiese quedar de mi creencia en Dios desaparecía inevitablemente. En ese momento me di cuenta del poco o ningún sentido que tiene la vida, todo destruido en un instante, vacio, muerto y sin sentido.
Solo me queda la certeza de que, aunque no quisiese que a si fuese, la recordaré y amaré toda mi vida.
La recuerdo jugueteando o acostada sobre algún regazo y ronroneando placenteramente. Era extraordinaria.
ResponderEliminarEl gesto mas altruista que nadie ha hecho por un ser tan bello debería ser recompensado de alguna manera.
Pero seguro que ella te recuerda y te rondará en tus sueños.